Convivir con el problema y la burbuja de la frustración
Es común pensar que la resolución de un problema consiste en recorrer un camino directo que tiene como punto de partida el enunciado y termina en la respuesta a las preguntas planteadas. Pero en esto solo suele suceder cuando nos enfrentamos a un problema que no conlleva una genuina dificultad para nosotros. Probablemente por haber acumulado la experiencia suficiente que nos permitió adquirir las herramientas adecuadas y el olfato para saber cuándo y cómo usarlas. Esto nos da un timing (cierta sincronización conceptual) suficiente para acomodar las ideas de forma continua y en una sola secuencia.
Sin embargo, cuando un problema nos resulta genuinamente desafiante, suelen suceder procesos cuya representación es más compleja. Y antes de continuar, quisiera hacer una aclaración importante. Que el problema sea genuinamente desafiante es algo relativo a la persona. Ya que hay quienes se sienten conformes enfrentándose a problemas que no les son desafiantes, pero que resultan desafiantes para un conjunto determinado de personas (por sus diferentes vivencias). En ese caso, hay cierto engaño que la misma persona se infringe ya que, como argumentaré en breve, la principal característica que buscamos en los problemas es que sean desafiantes. Así, los problemas no son absolutamente desafiantes, cada persona debe buscar (o pedir que lo ayuden a buscar) aquellas situaciones que los desafíen con claridad. Me voy a concentrar en ellas.
Enfrentarnos a situaciones genuinamente problemáticas nos lleva a un proceso emocional que, en lugar de parecerse a una camino continuo hacia la respuesta, es más análogo al caminar de una niña perdida en un bosque. Sus pasos tejen una estructura tan bella como la misma estructura que tejen en si mismos los árboles que constituyen el bosque. Paso a paso se van desarrollando caminos de ida y vuelta en una estructura ramificada en la que cada rama es un intento infructuoso por salir del bosque.
Es así que nos enfrentaremos a la frustración que produce el fracaso de cada uno de los primeros intentos. Aunque hay una fuerte tendencia a aferrarnos a ellos, una vez comprobado su fracaso, esos intentos se desvanecerán incrementando la dificultad del desafío: ¡ahora debemos encarar nuevos intentos con la frustración a cuestas!. Y mientras más intentos fracasen mayor será la frustración, es decir, mayor será la carga y mayor el desafío. Podemos llamarle a este fenómeno, la burbuja de la frustración.
Resolver el problema, de esta manera, es ser capaces de ponerle fin al la burbuja. Esta forma de concebir el fenómeno, pone de manifiesto cómo se va creando una presión emocional, que es alta desde un inicio y aumenta ante cada paso infructuoso que damos por intentar encontrar una solución al problema. Es por ello que sólo aquellos que desarrollan una tolerancia a la presión emocional que genera la burbuja de la frustración, tienen la posibilidad de superar la prueba. Podemos llamarle tolerancia a la frustración.
Mi maestro y amigo Daniel Córdoba, solía aludir recurrentemente a una importante consecuencia de la intolerancia a la frustración: la denominada evasión consciente o inconsciente de la tarea intelectual 1. Esta evasión es una fuerte tendencia producida por el gradiente de presión emocional: en la burbuja de la frustración tenemos una presión alta y fuera del problema no existe. Daniel decía que era común escuchar frases como:
- “Ya lo sabía, no sirvo para esto”;
- “Esto es muy difícil para mí, mejor me dedico a otra cosa”:
- “No se cómo seguir, largo todo hasta que tenga ganas”;
- “Creí haber entendido toda la teoría de este tema, pero a la hora de resolver los problemas, no se cómo avanzar. Voy a volver a estudiar toda la teoría”;
- “Este problema está mal planteado”;
- “Este problema no tiene solución”;
- “No se entiende lo que me piden”.
Todas evidencias del gradiente emocional o síntomas de la intolerancia a la frustración. Seguramente podremos recolectar más frases sintomáticas y sobre cada una de ellas habrá un universo por estudiar. Más aún, se nos abre paso un nuevo oficio: el de buscar remedios de acuerdo a cada síntoma. Sin embargo, en el fondo hay algo transversal a todos ellos: ¿nos han explicado alguna vez en qué consiste enfrentarse a un problema?.
- ¿Me han explicado que si no me resulta difícil, no es un problema? En todo caso podrá ser un problema para otra persona.
- Cuando pido que me digan como se hace el problema ¿me dijeron que si me resuelven el problema, deja de ser un problema?
- ¿Alguien me ayudo a entender que gran parte de una situación problemática tiene que ver con no entenderla? Entonces, ¿como voy a darme por vencido sólo por no entender lo que debo hacer?
- ¿Me contaron que los problemas son excusas para aprender? Es decir, ¿nunca nadie me dijo que lo más importante de los problemas no es resolverlos?
¡No!, para cortar lo que podría ser una larga cadena, repito: lo más importante de los problemas no es resolverlos. Entonces ¿qué es lo que más importe? Como siempre decía el querido Daniel, hay una razón de ser más importante en la propuesta de situaciones problemáticas, hay que enseñar a “convivir con el problema no resuelto, de eso se trata la ciencia”2.
Esto último nos lleva a un terreno interesante, en donde conviven la formación científica con el quehacer cotidiano del científico. Un científico se enfrenta a problemas que están en la frontera del conocimiento, aquello que linda con lo desconocido. Allí no hay libros, ni profesores, ni inteligencia artificial que pueda darnos la respuesta que buscamos. Estamos junto a nuestros colegas conviviendo con un problema que, con suerte, sera resuelto por nosotros mismos en algún momento. Digo con suerte, porque podemos ser de la generación que planteó el problema pero posiblemente sea otra generación la que le dé respuesta: pero los problemas se plantean y se resuelven como un proceso colectivo intergeneracional que, por ser procesos paulatinos en esencia, tienen a la paciencia como su principal combustible. “El talento no es nada más que una terrible paciencia"2 nos repetía Daniel en el momento justo o podía desarrollar más la idea con frases como
“… en el aprendizaje de la ciencia hay que aprender a convivir con las emociones cuando las cosas “no salen”, con “la confusión”, con el “no entender”, y para eso se necesita el acompañamiento de un docente y de un sistema educativo dispuesto a respetar los tiempos de aprendizaje y darle el contexto para que eso ocurra.”3
“Aprender es un acto emocional, enseñar es un acto emocional. Si uno no se sube sobre las emociones, si las silencia, no funciona.”4
Entonces, si comenzamos a asimilar que la ciencia es una oficio que está dotado de estas características, posiblemente necesitemos menos remedios para nuestra intolerancia a la frustración. Podemos comenzar a pensar que la tolerancia es un músculo a entrenar y que en todo caso podemos pedir ayuda para gestar las condiciones que propicien su desarrollo. Donde y cómo iniciar esa búsqueda, es harina de otro costal (el costal de al lado), pero por mi parte tengo la convicción de que las herramientas adecuadas para iniciarla siempre están dentro de uno mismo.
Cuando uno piensa en que hay que convivir con el problema, rápidamente se puede recurrir a la experiencia propia en la convivencia. Ayer leí un problema y no pude resolverlo. Hoy me levanto, me preparo un mate, me siento en el escritorio, comienzo a hojear mis escritos y me encuentro con el problema. Obvio, si tengo que convivir más tiempo con él, aunque ayer me haya sacado canas verdes, tengo que invocar un renovador y sincero saludo: “Hola Problema, buen día!”. A veces podemos renovar la convivencia dejando atrás las interminables lineas escritas que no llevaron a nada y comenzar en una hermosa y pulcra hoja en limpio. Puedo cambiar de lápiz a tinta o invitarlo a hacer un dibujo grande y hermoso con regla y compás. También puedo invitarlo a dar un paseo o darme cuenta que no es problema de invierno y esperar a que llegue la primavera. Y tantas ideas que se te pueden venir a la mente provocadas por esta invitación que te estoy haciendo desde que comencé a escribir estas líneas: ¡vení al bello mundo del arte de convivir con los problemas!.
Pero entonces ¿qué podemos decir sobre la resolución de los problemas? En el contexto donde se desarrolla la paciencia y estamos conviviendo con los problemas, es donde se gestan las capacidades y herramientas para resolverlos. Es así que un problema se resuelve, no por insistencia bruta, sino por simple añadidura.
« ¿Será necesario añadir que, a pesar del rechazo natural del espíritu ante el duro proceso de pensar, este proceso una vez realizado hace sentir al espíritu un poder y alegría que le animan a seguir adelante, olvidando el trabajo y las angustias que acompañan el paso de un estado de desarrollo a otro?» - James C. Maxwell5"
Tengo registro de esto por las charlas y clases que he compartido con él durante años. ↩︎
«Físicos para el país y para el mundo», charla de Daniel Córdoba en el marco de la cuarta edición de «Protagonistas de la Educación» 2015, (CABA). ↩︎ ↩︎
Entrevista a Daniel Córdoba, profesor de física. - María Laura Guevara, Revista U238-Tecnología Nuclear para el Desarrollo, 15/5/2015 . ↩︎
Entrevista a Daniel Córdoba en Citas de Radio, 16/09/2014. ↩︎
Conferencia inaugural en el King’s College de Londres (1860) [Texto original reproducido en _Am. J. Phys. 47, 928 (1979)] ↩︎